Un día en la cuesta de las nieves

As seen on mapa de metro de Montreal

Côte-des-neiges es el nombre de la estación de metro en la que me bajo todos los días para ir a trabajar. Está a 5 minutos de la facultad donde trabajo. Alrededor del campus, la zona es básicamente residencial. Cuando estaba buscando piso, la gente en general me decía que ni muerto me fuese a vivir por allí, que «los fines de semana se queda vacío y parece un barrio fantasma» y que «no hay vida».

Hoy, como casi todos los días, he ido al centro a prepararme la clase. Los lunes doy, por la tarde, dos clases seguidas del nivel avanzado. De 15h-17h y de 17h-19h. Esta semana en la uni están en lo que anteriormente se llamó «semana de lectura», con vistas a dar unos días a los alumnos de descanso y fomentar la lectura, pero en vista de que estos no leían, actualmente ha pasado a denominarse «semana de actividades libres». Por esta razón, la facultad hoy estaba desierta y daba cosica andar por los pasillos. Aún así, el centro donde yo trabajo, y sus usuarios, no entienden de este tipo de cosas y hoy tocaba trabajar con normalidad.

He ido a prepararme la clase por la mañana y he acabado relativamente pronto, así que tenía dos horas libres hasta las clases. He aprovechado para hacer varios quereseres, el primero de ellos, ir al banco a pedir más cheques. 

Kids, (a lo Ted Mosby en la escena inicial de cualquier capítulo de HIMYM), debéis saber que el sistema de pago más habitual en Canadá, y también en EEUU (a juzgar por lo que veo en las series) es el sistema de cheques. Por ejemplo, yo tengo Internet y estoy alquilado en un piso, pues cada mes me llega una facturita al buzón que yo debo pagar o bien yendo al banco o haciendo una transacción online. En el caso de mi alquiler, Locatis (nombre oficial de mi casera desde hace unas semanas) me pidió que le diese los cheques de todos los meses por adelantado con una fecha preestipulada en la cual ella los podrá cobrar. Ya sabéis que es una busywoman y no tiene tiempo ni para enseñar las casas bien, pero para cobrar saca un huequito. Sólo uno

Pues bien, cuando me abrí la cuenta en el banco (no diré el nombre de la entidad porque son unos cerdos codiciosos que me cobran comisión hasta por respirar), me regalaron amablemente 4 cheques, que yo pensé «mira tú qué bien, ahora le puedo pagar a Locatis con cheques como la gente de aquí o como mi abuela aún hace en España». Leopold, mi asesor financiero de ese día (para abrir una cuenta te hacen mucha pompa y circunstancia, has de pedir cita con un encargado y te pasan a su despacho para un vis-à-vis), además de interesarse por España y hacer cuatro comentarios estereotípicos dando a entender que sabía alguna cosa de mi país, me informó de que podría solicitar más cheques en el comptoir, es decir, en la caja monda y lironda donde tiene que ir todo el mundo, como ganado, para realizar cualquier gestión.

Hasta aquí todo era alegría. A los pocos días volví y me planté en el comptoir para solicitar los susodichos cheques. Me dijeron que normalmente se tenían que pedir (y pagar) de 50 en 50 ó de 100 en 100. Yo les expliqué mi caso, que sólo necesitaba unos 5 para poder pagar el alquiler y después yo me iba y todos contentos. Me dijeron que vale, pero que en ese caso sólo podía solicitar 3 cheques por día y por oficina, de hecho, me recomendaron que buscase cualquier otra oficina de la misma entidad para pedir los cheques que me faltaban.

Total, que hoy he vuelto al banco y me ha tocado otra señorita, con pinta de anglófona, aunque no y con esa típica cara rubicunda de mejillas sonrosadas, como si de pequeña hubiese comido muchos pasteles con mantequilla y ahora tuviese ese lozano brillo de cerdita joven. Para romper el hielo de mi petición le he contado que fui allí hace poco para pedir cheques y que ahora quería más. La chica, muy en su sitio, me ha dicho que eso era imposible, que sólo podían entregar chequeras de 100 ó 50 cheques, que eso de los 3 cheques sólo podía hacerse una vez. Con cara de estupor le he contestado que la semana pasada sí que era posible y he señalado a sus compañeros, los que me lo habían asegurado. Viendo que tanto la chica como yo nos acalorábamos, una tipa viejunaperomuyseriayeficiente, con el pelo canoso y un corte asimétrico que su peluquero seguramente le dijo que le quitaba 20 años de encima ha apoyado a Piggy McBitch, diciendo, tajante, que eso no era así, que eran las normas del banco. La jovencita, intentando hacerme ver lo obvio del sistema, con un rolleyes ha dicho que «es que son cheques de dépannage, claro, es que su propio nombre lo indica». Yo, sin saber muy bien qué coño era el dépannage y sin importarme en absoluto, he acabado resignándome y deseando haber sido hablante nativo para montarle un pollo a lo Ruth Fisher cuando pierde los estribos y empieza a tirar cacerolas por la casa y a pegar gritos.

Ruth Fisher, viuda y copropietaria de una funeraria en California

Finalmente, para no haber hecho el viaje en balde, le he pedido a Piggy McBitch que me diera cambio en monedas de un billete de 20 y me he ido al fotomatón de la parada de metro Côte-des-neiges a hacerme unas fotos que necesito para hacer el registro consular y que me ayuden (?) en caso de tener problemas diplomáticos, perder el pasaporte y para que me inviten a las recepciones del embajador.

Cuál ha sido mi sorpresa al meter las monedas, pulsar el botón y descubrir que el fotomatón no era digital, como los de España, sino que era analógico. En un segundo, ha habido un fogonazo que me ha pillado desprevenido, quitándome la chaqueta y mirando hacia el techo, ya que no se veía dónde estaba el objetivo. El sistema tiene sus pros (mejor calidad de imagen, más vintage, fotos más espontáneas) y sus contras (si sales mal, te jodes, no puedes elegir entre 4 tomas, no avisa, no te ves en la pantalla y tarda unos 4 minutos en salir la foto). Me da igual, así saldré en el papeleo del registro consular, que me ha costado 4 dólares la maldita.

Una mirada perdida que quita el sentío

Luego he tenido las dos clases. Es algo realmente agotador. En la primera he paniqueado porque quedando unos 25 minutos de clase hemos llegado al final del guión y me he quedado en bragas, sin saber muy bien por donde tirar. Hemos acabado hablando de temas de actualidad como los mineros atrapados en Chile, el premio Nobel de la Paz chino Liu Xiaobo, el régimen castrista... Y les he mandado deberes. En la segunda clase ha venido una anciana muy espabilada, que tiene pinta de ser de las que sabe latín. Me ha puesto un poco nervioso, porque el comienzo de la clase era un rollazo en el que tenía que explicar las formulas para dar un consejo y era todo muy teórico y aquella me miraba con ojos de hielo, como diciendo «este yogurín no tiene ni puta idea/menudo tostón, ¿cuándo empieza la diversión?». Además, le he pedido que se presentase delante de la clase y ella ha soltado «aquí ya me conocen todos, excepto esos dos» y yo pensando «cari, no me desmontes la clase, que aún nos quedan dos horas». Cada clase que imparto aprendo mucho acerca de cómo hacerlo. Mis alumnos tienen muchas ganas de aprender y de practicar y eso me sorprende y me anima a la vez. Creo que la gente aquí se mantiene culturalmente y físicamente activa mucho más que en España, que somos muy del descanso y de los placeres no edificantes. Curioso.

3 comentarios:

gargamel | 25 de octubre de 2010, 22:57

Buf, de verdad con lo del fotomatón parece que en Canadá aún no haya llegado el siglo XXI. Un beso.

Drizt | 27 de octubre de 2010, 12:00

Bienvenido a la educación para mayores... y no te metas con mis mayores, que casi todos, casi sin excepción, cuando te dicen "yo tengo 78 años y estoy aquí estudiando informática" te quedas pensando "¿Se echa años?"

Unknown | 4 de noviembre de 2010, 15:54

Foto de perfil ya

Publicar un comentario