Domingo de reflexión

A veces me planteo que si hubiese nacido en la sociedad japonesa seguramente habría terminado por ser un hikikomori.

Rodeados de cómics, videojuegos y envases de sopa instantánea.
Así viven los hikikomori.
El fenómeno de los hikikomori consiste en jóvenes japoneses que se ven abrumados por la sociedad y se sienten incapaces de cumplir los roles sociales que se les han asociado y recurren a un confinamiento total en su habitación que puede comprender meses e incluso años. La psicología occidental hablaría, en el caso de estos jóvenes, de fobia social, ansiedad social u otros desórdenes relacionados como la agorafobia, el trastorno de la personalidad por evitación o un caso extremo de timidez. No es que yo padezca ninguno de estos males, no se alarmen, me considero bastante tímido pero creo que con el tiempo he conseguido escalar poco a poco la montaña de la timidez y ahora mismo diría que incluso soy un tanto sociable. Sin embargo, la idea de sustraerse de la realidad y no tener que enfrentarse a cosas tales como el frío, el juego social, la rutina del trabajo y las obligaciones a veces me resulta peligrosamente tentadora.

Sé que son precisamente estas cosas las que te hacen sentir vivo: la interacción, el cumplimiento de las obligaciones y la sensación gratificante a posteriori de realización y superación personal (todo aquello de que el trabajo dignifica y el estudio ilumina bla, bla). Sin embargo, la perspectiva de meterse debajo de las sábanas, ver películas, dormir y volver a comenzar el ciclo se presenta como una alternativa muy fácil y apetecible.

Y todo este speech viene porque la semana que viene 1) tengo un cumpleaños y no sé qué regalo hacer y 2) tengo que preparar una clase universitaria para el martes y eso me intimida y da pereza a partes iguales

Ay, los hikikomoris. Es algo que me produce una fascinación malsana, como todo lo sórdido de esa sociedad de contrastes que es la sociedad japonesa: por un lado, una cultura de colores chillones, estridentes, tipografías llamativas, un imaginario cultural increíblemente vasto que va desde los dibujos de dragones, monjes y castillos en el cielo hasta el arte manga y su culto al concepto かわいい (kawaii: cute, adorable) con muñecos animaloides de piel de colores y ojos acuosos que decoran desde bolsos hasta obras de artistas de renombre como Takashi Murakami. La introducción de códigos y corrientes artísticas y audiovisuales diametralmente opuestos a los de Occidente que influyen como un soplo de aire fresco en el resto del mundo. Sus cánones estéticos, con mujeres con una actitud extremada y artificialmente infantil y recatada y hombres de imagen ambigua que llevan al límite el concepto que nosotros tenemos de metrosexual. Consumistas, adictos a los trends de la moda y con gusto exquisito por los detalles en sus productos. Son, además, fervientes apasionados del karaoke y los juegos recreativos. Caminar por cualquier ciudad grande de Japón bajo las luces de neón resplandecientes y con el sonido estridente de alguna pantalla gigante anunciando algún producto o lanzamiento musical es una estampa futurista y muy pop.

Por otro lado, una sociedad represiva en la que expresar sentimientos, opiniones y voluntades está mal visto, complicando el lenguaje social hasta límites laberínticos. Un sistema educativo y laboral cruel y exigente hasta el extremo. Una sociedad bastante clasista y machista. Una represión sexual flagrante de cara a la galería que soterra un mundo underground de fetiches sexuales bizarros e incomprensibles desde un punto de vista occidental. Un código moral cuestionable en el que niñas modelo (a menudo también cantantes y actrices) realizan photo books y lanzan deuvedés en ropa interior, en bikini y en actitud sugerente que son adquiridos por hombres de negocios entrados en años y las, hasta hace poco legales, máquinas expendedoras de ropa interior de colegialas, con foto de la susodicha y datos relevantes, desde un punto de vista japonés, como su grupo sanguíneo y sus medidas físicas son la otra cara de la moneda. 

Se trata de una sociedad absolutamente homogénea en la que, como se dice popularmente, el clavo que sobresale es el que recibe siempre los martillazos. Este sobresalir puede consistir en tener el pelo ligeramente rojizo (un porcentaje muy reducido de japoneses lo tiene), ser gordo, ser inteligente... Cualquier cosa que te diferencie de la masa te convertirá en objeto de las burlas más crueles. Estos hechos en conjunto hacen que los individuos vivan en un gran aislamiento. No olvidemos añadir que Japón es uno de los países con la tasa de suicidios más elevada del mundo.

La soledad y el vacío en una sociedad adinerada tan dada por otro lado a los códigos audiovisuales chillones y alegres, al consumo y al entretenimiento me ha parecido siempre una paradoja muy bonita e interesante de la que se han hecho eco películas como Lost In Translation, Babel o All About Lily Chou-Chou. Tres películas muy recomendables, por cierto.

1 comentarios:

Rob* | 14 de febrero de 2011, 9:22

En verdad a todos nos gusta jugar con la idea de no salir de casa, de poder permitirte el lujo de no hacer nada. La gran putada, sin embargo, es encontrar un colchón eonómico que te respalde, digo. Y ahí está la difiultad.

De todos modos también pienso que tarde o temprano me cansaría y haría algo. Demasiado tiempo libre es tan malo como demasiado poco.

xx

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